domingo, 17 de junio de 2012

EL AÑO LITÚRGICO B


EL AÑO LITÚRGICO B

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Sr. Maria Anastasia di Gerusalemme,O.Carm
El año litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento, que comienza cuatro domingos antes de Navidad (25 de diciembre). Este año, el año litúrgico comienza el 27 de noviembre de 2011, el Círculo B, la Iglesia medita sobre el Evangelio de Marcos y lo utiliza para la mayoría de las lecturas del domingo (San Mattthew de un círculo y San Lucas para el círculo C). San Juan, que aparece varias veces en la Liturgia de la Palabra de casi tres años, se ofrece de una manera especial durante el tiempo de la Pasión del Señor.

EL EVANGELIO DE MARCOS

El recorrido espiritual que la Iglesia nos ofrece y nos ayuda a comprender durante el Año Litúrgico B, con la proclamación del Evangelio según Marcos, de domingo en domingo, dibuja una especie de círculo en espiral, que nunca se cierra y que continúa siempre abierto delante de nosotros. El punto de partida y de llegada se corresponden, hallando su pundo de encuentro en la imagen del viaje, del camino. En efecto, el I Domingo de Adviento, que constituye el inicio del nuevo año litúrgico, nos pone delante la figura del patrón de casa que sale a un viaje largo, después de haber dejado la propia casa, su gente ( Mc 13,34). Del mismo modo el último domingo del Tiempo Ordinario, el XXXIII ( el XXXIV Domingo es la solemnidad de Cristo Rey), refiriéndose al mismo texto de Marcos, con la proclamación de los versos inmediatamente anteriores ( Mc 13,24-32), nos hace encontrarnos de nuevo con la presencia del Señor, que viene sobre las nubes ( v.26), que está cerca, a las puertas (v.29).
La pedagogía de la Iglesia nos hace comprender que Jesús no está solo en su caminar, no parte del seno del Padre para bajar a la tierra y después volverse, en un viaje solitario; nosotros estamos también llamados a caminar con Él, en un proceso de conocimiento, pero sobre todo de seguimiento.
Pero es preciso determinar aún mejor las huellas a seguir. Todo el seguimiento, que se nos desvela de modo particular largo en los relatos incluidos en la segunda parte ( a partir de 8,31), que la Iglesia nos hace leer a partir del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario ( Mc 8,27-35), tiene su vértice en la confesión de fe del centurión romano, bajo de la cruz, delante de Jesús crucificado:  “¡En verdad que este hombre era el hijo de Dios!” (Mc 15,39). Se trata, entonces, muy claramente de un camino de crecimiento en la fe y en la confesión, en el testimonio. Un camino que parte del encuentro con Jesús, como hombre, declarado carpintero sin ninguna vergüenza (Mc 6,3), y que llega al encuentro con Jesús como Dios y como Salvador.
Quizá otro elemento importante que podríamos buscar para tenerlo presente durante el transcurso de este Año Litúrgico, en nuestra relación de escucha, de meditación, de profundización del evangelio de Marcos, es la mirada de Jesús. Como carmelitas nos sentimos en casa, ante la mirada de Jesús, justo para la llamada particular a la contemplación que nuestro carisma lleva en sí mismo. 
Será hermoso dejarse alcanzar por la mirada intensa de Jesús, por ejemplo en el Domingo XIII del Tiempo Ordinario, cuando se lee el evangelio de la hemorroísa o en el domingo XXVIII, cuando también nosotros, como el joven rico, nos encontramos delante del Señor con el corazón abierto y con su misma petición de salvación: “ Maestro, ¿qué debo hacer para tener en herencia la Vida, que eres Tú?” (Mc 10,17). Este será el momento en el que nuestra mirada y toda nuestra vida podrá encontrarse hasta el fondo con Jesús y renovar el pacto de amistad, el pacto de amor, con El, que se ha hecho pobre y humilde  con nosotros, para conducirnos con Él a la gloria del Padre.

LOS SIGNIFICADOS DEL AÑO LITÚRGICO

  • El año litúrgico celebra el misterio de Cristo
A través de la predicación, la Iglesia “anuncia” el “misterio total de Cristo” (CD 12) y lo “celebra” en la liturgia, haciendo una sagrada memoria del mismo (SC 102). De esta manera, ella hace presente cada día las “insondables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8 ss.; cf 1, 18; 2, 7): sus acciones salvíficas, en contacto con las cuales los fieles alcanzan la gracia de la salvación. El año litúrgico, que tiene su “fuente“ y su “culmen” en el misterio pascual, está marcado por cinco “períodos” que tienen una especial relación con los diversos momentos del misterio de Cristo (SC 10; LG 11). Por orden de sucesión son éstos: Adviento y Navidad; Cuaresma y Pascua; Tiempo ordinario.

  •  Tiempo de Adviento y de Navidad
El Adviento es un tiempo de preparación  y tiene una característica doble: recuerda la primera venida del Hijo de Dios en humildad y anuncia su segunda venida en gloria. Es un tiempo de esperanza activa, de anhelo, de oración, de evangelización, de alegría. La Navidad es un tiempo de contemplación gozosa del misterio de la Encarnación y de las primeras manifestaciones del Hijo de Dios, que ha venido para nuestra salvación como “hombre entre los hombres”. Durante este tiempo, María es celebrada de manera particular como “Madre de Dios”.
  • Tiempo de Cuaresma y de Pascua
La Cuaresma es un tiempo de preparación que conduce a participar de manera más intensa y gradual en el misterio pascual. Acompaña a los catecúmenos a través de los diversos pasos de la iniciación cristiana, y a los fieles a través del recuerdo vivo del bautismo y de la penitencia. El culmen del año litúrgico es la Pascua, de la cual sacan su eficacia de salvación los otros períodos, siendo la plenitud de la redención de la humanidad y de la perfecta glorificación de Dios: destrucción del pecado y de la muerte y comunicación de resurrección y de vida.
  • Tiempo Ordinario
En este largo periodo, que recorre una primera etapa entre  la Navidad hasta la Cuaresma y una más amplia entre Pentecostés y el Adviento, tiene lugar una celebración global del misterio de Cristo, reconsiderado y profundizado en algunos aspectos particulares. El Domingo -“Día del Señor”- es ya la “Pascua semanal” y, por tanto, un injerto vivo en el núcleo central del misterio de Cristo a lo largo de todo el año; pero además las Semanas (33 o 34), a través de un intenso y continuo recorrido por la Biblia, desarrollan pequeños ciclos de profundización en el misterio de Cristo, que se ofrecen a la meditación de los fieles con el fin de estimular la acción de la Iglesia en el mundo.

LOS COLORES DE LOS ORNAMENTOS

Los colores cambiantes que contemplamos en los ornamentos del sacerdote, sobre el altar y en el ambón son mensajes que hemos de aprender a leer; expresan el significado de la celebración y disponen para el encuentro entre nuestro mundo interior y Dios. En cierto modo, es como si nuestra alma se revistiese de estos colores.

1. El color Blanco es un color luminoso que ante todo conduce a pensar en la limpieza, en la pureza. Es el símbolo de la inocencia; basta pensar en los vestidos de los niños para el bautismo, los de la primera comunión, los de las esposas. Pero además el blanco indica fiesta, alegría. En la Iglesia, este color va unido a la Resurrección, indica la victoria de la luz sobre las tinieblas.
Durante el Año litúrgico, la Iglesia usa el blanco sobre todo en la Navidad, en la Pascua, en las fiestas de Cristo Rey y de la Virgen María (para estas últimas se usa también el color azul).

2. El color Rojo hace pensar de manera inmediata en la sangre y en el fuego. Este color simboliza la pasión y el sacrificio de Cristo, el martirio de los fieles y el Espíritu Santo. Se considera también como símbolo real; piénsese en los soldados echando sobre las espaldas de Jesús un manto rojo y llamándolo Rey (cfr. Jn 19, 2). Según algunos pasajes de la Biblia, los pecados de los hombres son de un rojo escarlata. En la Iglesia se usan los ornamentos rojos sobre todo el domingo de Ramos, el Viernes Santo, en Pentecostés, en la Exaltación de la Cruz y en las fiestas de los mártires y de los apóstoles.

3. El color Verde nos conduce a pensar en los prados. Es el color de la serenidad, de la esperanza. Este color es principalmente el propio de las celebraciones del Año Litúrgico durant e el tiempo ordinario (las 34 semanas situadas entre los tiempos fuertes de la Navidad y de la Pascua).  
  4. El color Morado es el color de la penitencia, del dolor o de la conversión, y se usa principalmente en Adviento y en Cuaresma. Los ornamentos morados se usan también para los oficios fúnebres.
5. El color Rosa es muy particular y se usa sólo en dos ocasiones: el domingo Gaudete (en Adviento) y el domingo Laetare (en Cuaresma). Indica una pausa de reposo en un tiempo de penitencia.
Resulta fácil, pues, identificar los sentimientos que se quieren manifestar y el tiempo litúrgico en que nos hallamos, según sea el color usado en la Iglesia.

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